lunes, 20 de abril de 2015

Este cielo

Hoy en este cielo llueve y se caen las estrellas.
Los cometas de un universo finito se escapan y alcanzan la eternidad.
Te buscaré impaciente cada uno de los días en que te tenga prohibida.

Hoy en este cielo llueve y se moja la tierra.
El corto horizonte anuncia amaneceres nuevos que le dan al pasado ya sombra de ocaso.
Intentaré y aguantaré todo lo que pueda, te deseo sin manía.

Hoy en este cielo llueve y se deshacen las nubes.
El vapor que antecede al agua desvanece su sueño y se precipita.
La infusión del palcer ilumina los días, mas de noche es sombría.

Hoy en este cielo llueve y se salpican las almas.
Difusos, los ciclos naturales recuerdan explosiones distintas en cada caída.
Te pediré que me inyectes vida prestada, porque existir sin aditivo es como una sequía.

Hoy en este cielo llueve y se desbordan los ríos.
Figuras majestuosas pintan la distancia que se recorre de la realidad a la fantasía.
Pongo en escena lo mejor de mí sabiendo que todo lo que empieza termina.

Hoy en este cielo llueve y se expande la vida.
El fruto de la tierra lo siente y se esconde para un mejor día.
Y entiendo que desear tu deseo a veces es cierto y es a veces mentira.

jueves, 16 de abril de 2015

Un día

Al mirarte, mis ojos inventan colores.
Me muevo de grises superficies a abismos azules sin mucho cuidado.
Curioso, un incrédulo gato interior despierta.
¿Cuál será el abismo de la belleza?
Día de preguntas sin respuesta.
Estar contigo es como nadar en una burbuja a prueba de silencio.

Al escucharte, mis oídos descifran dialectos.
Dos nubes chocan rápido para convertirse en una sola que sube alto.
Cae esa lluvia que hace temblar al calor.
Llueve más al recordar los momentos de sequía.
Sin impermeable, me mojo en un intento por refugiarme de lo difícil.
Salgo así de la comodidad de mi propia burbuja.

Al tocarte, mis manos construyen necesidades.
La analogía de nadar se ahoga cuando la metáfora de tu lluvia me inhunda.
Del otro lado, tus manos.
Instantes que derriten el hielo de mi nube y me cargan de electricidad.
Agua mística que, sin pasar, sacia de una vez mi sed.
Vaivén de olas que describen deseo cuando se van y cariño cuando se vienen.

Al besarte, mi lengua inventa movimientos impredecibles
Rompo la burbuja del momento diciendo algo horrible.
Me equivoco: un día nunca es suficiente para saber.
El destino se enreda y desenreda en la noche del tiempo.
Busco palabras no escritas para pedir perdón, pero no encuentro nada que no haya dicho antes.
Como destino, me desenredo en otro nudo y reconozco glaciares que no se derriten.

Al reinventarte, mi corazón acelera latidos.
Es deshacerme, contagiado por la intensidad de tu sabor.
Es rendirme, atrapado en la distancia de tu baile.
Es encontrarte, perdido en el laberinto que protege tu calle.
Es disculparme, apenado por hablar en presente de lo que no ha ocurrido.
Es explicarte, suspirando, todo lo que podría pasar si nos convirtiéramos en gatos.

jueves, 9 de abril de 2015

Novedad

A menudo me pregunto si volveré a sentir como sentí alguna vez. Es la venganza del futuro la que me deja varado en un día que se repite y se repite.
De vez en cuando el día cambia y voy avanzando, lento, hacia un mañana indescifrable. Siempre. Ahí me ubico, y me busco pretextos para sentir.
Y es que no te conozco.
En la estridencia del silencio que me habita me abro y escucho un canto nuevo. No sé si sean sirenas: me he quitado de analogías y amarres. Es la promesa de un baile experto que, por fin, podré imitar. Improvisar un cuento nuevo con un final, si lo escribo, feliz.


El calor me obliga a dormir desnudo esta vez, y lo comparto. No sé que diga, está lejos, pero me hace olvidar el fantasma más viejo y así pierdo el miedo.
Desvanezco, con trabajo, un dolor inevitable enclavado en un sufrimiento opcional. Ya casi no me acuerdo: el agua de noventa y tres días de enero moja un pasado necesario.
El premio es dulce. Los premios siempre son dulces, más allá de su sabor. Me deshago de promesas adjetivas y me finco en una realidad plasmada de tranquilidad.


Y es que la intesidad destructiva, años atrás, murió en enero. Lo que queda es suficiente para describir y descubrir una nueva entrada.
¿Será?
La pregunta me indigesta, pues sobra tiempo para responder.
También sobra preguntar.
En lo práctico, el océano de la novedad es infinito.

viernes, 3 de abril de 2015

Medicinas

Encuentro el momento para aceptar que lo que más conviene no siempre es lo que más gusta; que lo que mejor cae no siempre levanta.
Mi mejor medicina eran sus dedos.
Su lengua me fue despintando hasta dejar sólo la tristeza de saborear el mar que nos separó y que jamás nos volvió a unir.
Sus ojos me miraron avanzar, errático, hacia un propósito imposible: me cansé.
Lo que distinguió el principio del final fue la divergencia de lo lineal: se cansó.
Miramos hacia otro lado.


El miedo a la libertad que un día me llenó la cabeza de fantasmas y me asustó tanto que me llevó al pasillo de lo incomprensible hoy me despeja: momento de limpiar los cristales turbios de una soledad indiscreta.
Tiempo pasado que ya no volverá.
Las verdad, cuando es ajena, sólo se puede ver a tarvés del espejo.
Lo volteo a veces.
Me apoyo en lo antiguo, me recuesto en mis sueños: despierto al presente y me caigo.
Pero me levantan con medicinas: hoy acepto mi fragilidad.


Así, mi incipiente libertad se encalla en una noción diferente.
Persigo el canto de una nueva sirena que no promete más que un nuevo dolor; necesito muy poco para volver a sentir la medicina de su voz.
Escucho con atención esa trampa radiante en medio de una lluvia de ceniza: barro en el barro y me recompongo con una sola canción que enloquece.
Su mirada aún no me adivina: prohibido en su permisividad.


Mis medicinas tratan, pero no curan.
Admiro esa fórmula que siempre acaba con "a": necesito otra dosis del veneno que, en cantidades controladas, permite soñar.
Me asomo a la realidad completa de una verdad a medias, el juego de un intercambio lejano que mataría a las hormigas si lo acercara de más.
Tengo sed. No he probado más que aquel trago que diluí con el agua de la soledad.
Me hace el daño necesario para reconstruir mis bruscos pedazos con el oro fino de su belleza.
Así, mi salud depende del dolor que genera el remedio.

jueves, 2 de abril de 2015

Motivos para seguir

La manifestación de un peso más grande que la fuerza para cargarlo mistifica las ganas de enfrentarse a la vida. Todo lo que cabe en una pregunta de mal gusto: ¿La vida se abraza o se enfrenta?
Abrazarla es la fuerza que arroja hacia la promesa de lo infinito, luego se termina. Concentración espiritual, cuando el poder del universo, que empuja y jala, se detiene. Belleza disfrazada de confusión y las ganas de no permitir que la oscuridad impere.
Enfrentarla es caminar con los pasos automáticos de un ciego corazón atrapado.
El gusto es lo que impulsa a desentenderse del árido camino y humectar la sequía con razones efímeras que escalonan la vía de lo duradero.
Necesito una motivación ulterior. Perdido, volteo y me imagino: está en mi recuperación.
El miedo me toca los ojos y mi mirada se convierte en un túnel de oscuridad horizontal. Lago de fronteras infinitas. Mundos castigados: suspendidos sin tregua.
Pero al desprenderse la costra de lo punitivo se ajusta la mira y aparece la luz dentro del túnel. El final ya no existe. Las fronteras que delimitan lo difuso anuncian una tregua: una sonrisa de intención accidental.


Su complejidad es tan simple que cabe en el tiempo que vive una hormiga. Un día sabré cuánto.
Y dentro del caos que trazan mis palabras encuentro la forma: hay motivos para seguir. Avanzar. No parar.
Qué importa lo que no importa cuando el corazón se detenga.
Algo encuentro en su sombra que prohíbe lo posible con vitalidad casual. Permite lo imposible: no es secreto que el secreto sea encontrar cómo. Que la respuesta no sea qué, sino quién.


De cerca, te hablo de tú.
Preguntas que mueves y detienes. Un golpe en el pecho avisa: al corazón se le persigue hasta el agotamiento.
Tu don es el de la teletransportación: calor invernal que anuncia cambios insospechados.
Desaparición calculada: te muestras en un sueño a pesar de los estorbos y de las amenazas. Vamos: te espero.
Eres el sentido de desentrañar lo absurdo.
Te encuentro y, perdido, te miro con admiración, te escucho con atención, te toco con precaución. Plan arbitrario que permite adivinar: si no puedes caminar, vuela.
Una cortina vieja que, desgastada por los años, baja poco a poco; lo suficiente para anunciar un final en suspenso: es momento de cerrar, pase lo que pase.
De su ausencia derivo algo divino, y me imagino que el gusto de vivir me abraza. Encuentro aire fresco para inhalar de nuevo.
Exhalo sobre membranas fantásticas y algunas burbujas que se convierten en agua nada más tocarlas.
Con tus manos toco el tiempo y me mojo en un nuevo espacio para respirar.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Plataforma

¿Cuánto tiempo me comió un monstruo verde disfrazado de aliado enemigo? Extraño la solución solitaria: calmante para escapistas. Desesperado por salir de todo lo que causa dolor, fumaba con ahínco todas las noches lo más que podía hasta quedar dormido. Ahora no puedo. Salí volando de la plataforma, sólo tres saltos fueron necesarios para terminar amarrado de pies y manos.
He repetido hasta el hartazgo que ya no conecto como antes. Antes, es verdad, no existe.
Aunque me han desatado, permanezco tieso: algo en la conciencia se murió; se fue muriendo salto tras salto, error tras error. Y el caparazón apenas se mueve ahora, como si del interior algún nuevo brote quisiera emanar.
Pero no, todo está bajo control, dicen los especialistas; todo está "bien". Que qué bien me veo, dicen. Como ya no veo nada, dicen que me veo muy bien. Como ya no siento nada, dicen que me siento bien. Como ya casi no escucho, dicen que se me escucha de maravilla. ¿De qué rencor emanan los pensamientos intrusivos que reprimo a diario?
Miro a mi alrededor y no encuentro lo que antes encontraba mirando hacia dentro. Fijé mi mirada al firmamento. Voy y regreso.


La urgencia de regresar me avisa que, aunque sea a rastras, si me aviento hacia delante, algún día volveré a hacer contacto con la brisa submarina de la intocable felicidad.
En un espacio, despacio, se encuentra una promesa que aún no se ha anunciado. Los avances de la ciencia me esperan para determinar si algún día he de volver a ser persona y no un espectro espantoso de dolor. Mi otro yo me dice que sólo soy uno, y le creo.
¿No estaré exagerando? Sólo la experiencia interior de la dualidad puede decir qué está bien y qué está mal. Soy un fenómeno único: un sutil punzar subjetivo que se enclava en en alma. Qué es el después sin un antes con el cuál pueda comparársele. Sí, pues, exagero. Pero, ¿quién me explica el silencio? Hasta pronto, solitario. Ha de ser que me hice adicto al café.


Sobre el escritorio, una taza de café alumbra lo que pintaba para ser un prodigio y ahora espera una ficción adjetiva. Algunas noches regalan pedazos de vida condensados en sueños. Soles disfrazados de lunas para ver de cerquita sin que se quemen los ojos. Le llamaré la llamarada de planeta ficción, por decirle da alguna manera. En este lugar de la imaginación el tiempo se detiene. Me permite recrear los agostos de los tiempos en que no había prisa. Espero con ansiedad dormida a que llegue agosto, promesa de cambio.
Qué chispa inició las ganas de ser otro. Cuando no había antes con quién comparar. Ojos completos sin resquemores de fatalismo ni desesperanza. El Sol era Sol y la luna era satélite nada más. Las metáforas eran sueños de olvido y las analogías servían para entender explicaciones que pronto se disolvían en el éter de la inocencia. Pensaba en respirar para no dejar de hacerlo, y me sentía tenso. De ahí a la escuela y de ahí a la obsesión. No sé que sueño cambió mi película interior y qué Pablo me prohibió su amistad, extrapolándose al mundo.
Así se resquebrajó mi realidad, se fue haciendo compleja entre humos grises que anunciaban la llegada de dificultades anónimas que convertirían todo en polvo ajeno. Ahora me veo suspendido en un tiempo difícil. Es mi realidad.


Mi realidad tiene llagas cuando se le mira de cerca. Es una plataforma quieta. Flota muy alto; tan alto que sus habitantes se avientan al vacío con sonrisas en la boca: no quieren vivir ahí. ¡Es un sueño! Estoy por darme cuenta: ya me di cuenta. Me miro las manos en todo momento. Cuento los dedos para atesitguar si el tiempo avanza o retrocede o se detiene.
Ya todas las noches sueño que sueño: puedo hacer lo que quiera, pero no hago nada: floto en la diversidad de la nostalgia.
En la adversidad de la catarsis. ¿En dónde está el tapón? ¿A qué mástil me até? ¿Qué canto prohibido quiero escuchar?
Mis llagas tienen realidad cuando se les mira mal. A veces les pierdo el asco y las comparto. Sigo atado. Maniatado.
Dicen que si me suelto regreso a la locura: la llamarada de planeta ficción. Qué extraño, la extraño. Entre sombras y realidades me precipito en lo que no se puede tocar. Me encuentro perdido en un agujero negro para siempre; el único punto de contacto es una pequeña pastilla que me seca por dentro y me seca por fuera. Soy un cascarón de piel y hueso.
A veces siento que estoy en coma, y que mis movimientos son los de una máquina que dice: no me desconecten, ¡voy a resuscitar!.


Tal vez sea que una vez intenté suicidarme en el mar. Mi cuerpo estaba en tierra firme; mi mente flotaba en la luna, lejos. Me metí a nadar para alcanzarme. Seguí la luna porque hay ocasiones que no se repiten. Brotes de esperanza para pescar sueños lúcidos que ocurren una sola vez. Soñar estando despierto es la experiencia de la locura. Palabras sueltas: virus, destrucción, realización, esperanza, malestar, Dios, demonios, salvación. Todo cabe en una botella sabiéndola arrojar al mar. ¿Habría tiburones? Tal vez sea que una vez quise destruir lo que más me ha amado jamás, la mitad de mi vida. Una vez me convertí en tiburón y nadé en el aire de un sueño dentro de la realidad y le quise sacar los ojos a Dios para irme al planeta del terror y reinar con la victoria de quien no le teme a nada ni a nadie, más que al propio miedo. Inventé una máquina de movimiento perpetuo. También inventé la canción más bonita del universo. Me despertaron en una ambulancia.
En el mar de mazatlán hay sirenas. La locura es un regalo divino: es el hambre de Dios. Un día conocí una sirena, aquél día que el humo prometió quedarse atrás para siempre y regresó, cíclico, a enloquecerme más. Hay hambres que comen hambre.


Soy un alma sensible que quiere escuchar tanto que se ha quedado medio sorda. Soy un alma muda que quiere aprender a hablar. Cuando los miro a los ojos veo el universo, pero no sé qué miren ellos. Es lo mejor que puedo explicarlo. Soy un espejo de una sola dirección: sólo sé recibir. Mi hambre es de dar, y por eso sufro, porque me he quedado encerrado en el centro de una botella a la deriva.
Contengo solamente un mensaje, pero no lo sé expresar. Por eso expreso mensajes sueltos que no se concatenan entre sí, para ver si quepo en los días que se acumulan poco a poco hasta llegar a agosto (y más allá todavía).

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fin de año

Me vendieron un mundo romance, en donde encontraría pronto sueños puros e ilusiones prontas
luego pronto me ahogo y pienso que no la harñe como decimos vulgarmente y me mato y me mato y me repito y ya no salgo.
Pero incurro en digresiones vagas. Nadie me mira, así que no importa. Tengo un fantasma atorado como joroba para siempre. Antes escribía sobre otras cosas. Filosofaba. De a poco, sin embargo, me fui haciendo príncipe de lo ciego, y veo ya nada. Pero es la época.
Empieza un nuevo año y hay que agarrar, como dice Juanito, al toro por los cuernos.