domingo, 31 de mayo de 2015

La vida después de Gaby

Despertar a tu lado siempre fue el sueño de quien no puede ya dormir.
Tu sexo tántrico me enternecía hasta el tuétano, hasta la médula, porque no era tántrico y era apenas sexo. Como olas encontradas en un mar delicioso que se convierte en agua dulce y llega a un vaso de agua.
Nos desesperamos uno del otro y dejamos de esperar hasta que me llamaste. Sabía a dónde ibas, y entonces volví a esperar. Recuperé la esperanza de ser libre como nunca lo volvería a ser.
Como siempre quise serlo.
La vida después de tu amor me dejó vacío, preguntándome en dónde habría caído tras el vuelo que me permitió conocerte. Tal vez en ti. Como si el destino ocurriera por nuestro imposible encuentro. No al revés.
Me hundí más allá de lo que tenía permitido y vi que todavía me querías. Pero de lejos. También vi que otros también te querían. Quién no.
Ávido de soledad, lo ingnoré; te ignoré; nos ignoramos.
Pero el Sol brilló fuerte. Me deslumbró ya sin ti, qué raro. Pensé que me lo habías robado para siempre.
Te busqué en María, en Verónica, en Violeta, en Cointa, en Anaité, en Bárbara, en Analía, en Alexa, en Yazmín, en Anayeli, en Miriam, en Sandra, en Ana, en Johanna, en mí. Ya no estabas, te habías ido para siempre, a pesar del tamaño de la palabra.
Dejé de buscarte.
Y la nueva vida prometió que no sería necesario seguir idealizando tu ausencia. Momento para encontrar lo que no se encuentra buscando: momento de buscar más, porque hay cosas que no se encuentran sin buscar, en realidad.
Ajusté la brújula.
Y aquí estoy ahora, reconstruyendo; habrá vida después de ti.

viernes, 15 de mayo de 2015

Tus entrañas caben en este pedazo de madera

Con el paso de los años me doy cuenta de que las razones están de más. Si un cubo de metal tiene opciones, lo mismo se puede decir que el total de habitantes en el universo se desacelera.
Entretanto, dos leones ávidos de carne buscan amigos para deshacerles la amistad. O para requerir un poco más del término.
Sin embargo hay que apuntar que desde el palacio de los dioses las nubes no se ven igual que desde abajo. Ellos mandan la lluvia cuando están aburridos. Y un trueno parte en dos a quien quiera posponer la muerte. La decadencia del sentimiento de culpa es una muestra clara de que pensar demasiado en el hábito de la noche impide congelar uvas. Un día soñé.
Que me subía a un tren sin dirección y que me sentía ligero, ligero. Como cuando una golondrina te hace el verano. O más: una caída informe de vocablos vernáculos estereotipados. Hay ritos que marcan pereza.
Subterráneo. Y viajaba a mil kilómetros por hora, por eso me di cuenta de que estaba soñando con harina de papel.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Las estrellas brillan más en el sur

Bien sabe el tiempo que dos que se aman forman un núcleo que hace brillar a la tristeza si se parte.
Tentativamente, y es mi obligación afirmarlo, las estrellas brillan más en el sur.
Cuánta gloria desparramada en cada regreso, en cada voltereta asombrosa.
No sé qué pase en el norte, si bien el brillo es un fenómeno subjetivo. Alguien tiene que producirlo. Alguien recibirlo. Alguien enunciarlo.
Porque hay poco que decir en una noche sin estrellas; que la memoria sirva de ejemplo.
El primer dragón que habitó este planeta se llamaba Brokaer. Nadie pudo matarlo: murió por causas naturales de edad avanzada, sin causar problemas. Es mentira que los dragones causen problemas; de naturaleza cálida y ermitaña, son criaturas de espacios infinitos a las que poco les gusta ser molestadas. Sólo hay que acostumbrarse al fuego.
Bien, es verdad, a veces queman, pero es que, tentativamente, las estrellas brillan más en el sur. Sobre todo en el sureste. Astros de helio que se parte en dos, por eso brillan: partirse en dos produce brillo, aunque también lastime.
Así es brillar, cuesta.
Intentar acabar con un dragón garantiza caos. No porque al dragón le importe, sino porque es imposible. Perseguir lo imposible garantiza caos. Y fuego que a veces quema.
Tentativamente, repito, las estrellas brillan más en el sur. Y digo tentativamente porque nunca falta quien se atreve a sostener lo contrario, y qué difícil sostener lo contrario al brillo austral de una estrella, mucho más de varias. Quizás matar a un dragón sea lo contrario al brillo de una estrella. Quizás no.
Broaker dio a luz a dos dragones más, de nombres desconocidos, que se encapsularon en una disputa amable por el territorio que cada uno habitaría; los dragones son seres territoriales. Ambos querían el sur, pero el sur no es para todos. Dicen que ahí las estrellas brillan más.
La disputa generó miedo entre las personas, que entonces eran muy parecidas a las de ahora, tal vez con los mismos pretextos para enojarse: dragones, y tal vez con los mismos para temer: perder el brillo de una estrella. Aceptar lo efímero.
Intentaron matarlos, se inventó el fuego.
Dicen que los dragones nacen de un amor que se parte y que da brillo a un lugar oscuro y desconocido. Quizás el brillo de una estrella sea la vida de un dragón. Quizás de dos.
Tentativamente, siempre con la posibilidad de que sea de otra manera, las estrellas brillan más en el sur.

lunes, 11 de mayo de 2015

Parpadear

El oxígeno colisiona con partículas de éter que no hallan un mejor nombre: saciedad coloidal en épocas tempranas de la creación. El vapor, gris, traza su cauce hasta ver su fuente apagada. El fin está tan lejos como el principio: todo gira en torno una ilusión inalcanzable.
Este pequeño universo se reconfigura. Planetas hechos de polvo de estrellas que no encuentran unión y gravitan azarosamente alrededor de una superficie cálida que acusa gravedad y radiación. Las necesitan. La gravedad les quita azar y el calor les da razón.
Perpetuidad en un viaje sin final que es igual a nadar en el aire: volar, dicen los seres de polvo. De polvo de estrellas. Tiempos de migración que prometen felicidad. Indescifrable y conocido, intergaláctico y terrestre, el mapa indica que la meta ya no es el camino, ni su final. La meta es sólo una idea vaga y circular.
Desaparece y aparece. Brilla.
Se configura un nuevo planeta. Brilla.
Sale por fin el Sol. Brilla.

lunes, 4 de mayo de 2015

Animal

I
Como antimedusa me mira a los ojos y me derrito.
Además pienso cosas que no debería pensar porque el día siguiente es siempre el siguiente y duele que no sea ya el momento justo en que me mira. Pero es de noche y me mira y me derrito para ella que no sé para quién se derrita si acaso para alguien.
Me acerco y de pronto la suerte se condensa en ella que me deja estar ahí y deja de estar en cualquier otro lugar y por fin me mira a los ojos con esa mirada que me derrite. Se condensa la suerte también en sus oídos que se muestran capaces de muchos espacios: por fin me escucha cuando le digo que me gusta. Tal vez sea que estoy aprendiendo a decirlo o tal vez sea otra cosa que nada tenga que ver con lo que diga o deje de decir ni con los espacios de sus oídos que tal vez no sean para mí.
Pero la noche me encanta y me despierta porque parece que es para mí al decirme que siga moviéndome en su espacio. Eso quiero pensar, que la noche indica algo. Escucho y me preparo como si para algo así uno tuviera que estar preparado y no fuera más bien algo para lo que no es posible estar preparado porque te golpea y te aturde y no crees que realmente pueda suceder.
Aunque parece imposible me centro en el momento y entonces le sigo diciendo lo que me ocurre nada más mirarla y como quiero acortar la distancia entre mis palabras y sus oídos acerco mi boca a su oreja. Así la toco primero y me deja tocarla más y entonces sí me pierdo y me convierto en animal de dudosas intenciones que olvida que después va a sentir un dolor que no sé qué tan fuerte vaya a ser porque tener lo que más quieres hace posible perder lo que más quieres.
Convertido en animal me creo incapaz de sentir dolor y de saber el futuro y sin embargo me doy cuenta de que animal siempre seré aunque no siempre con el mismo dolor ni con el mismo futuro: soy un animal de momentos y ella es como una droga que detiene el tiempo y el sufrimiento.

II
Subo como vapor a su nube y la suerte me condensa: está ahí.
La miro y la toco otra vez para olvidar mis carencias que duelen como si la ausencia de algo pudiera doler y para no pensar en que cuando la deje de tocar ya no voy a saber cómo sentirme; también la miro y la toco otra vez porque me quita el dolor que me produce no tenerla cerca cuando no la tengo cerca y no la miro y no la toco y no me derrito. También porque no puedo pensar en nada más.
Genero la idea de que si me acerco más la próxima vez que la vez anterior ahora sí se me va a quedar pegada pero ya ha habido otras veces y siempre se me pega nada más su falta y me quedo igual o peor. Me acerco más igual pero es como si ella fuera de teflón porque por más pegajoso que sea convertido en lo que creo que es dulce no me pego, solamente me derrito y ni así hecho caramelo me le quedo pegado.
Me prometo entonces ya no volver a tratar pero igual vuelvo a tratar después porque sé que aunque a veces no, a veces mi tratamiento funciona. Antes y después busco como quien busca monedas en una fuente de la fortuna. Sólo ella brilla tanto.
Aviento mi moneda para sacarla mojada y sin suerte porque las monedas de la suerte no se sacan, se dejan ahí para que el tiempo les dé no sé que olvido que al recordar de lejos parece suerte. Ha de ser el tiempo: haberlas aventado y la belleza de verlas todas juntas en una sola fuente afortunada. Pero la suerte verdadera si existe es eso que se construye aventando momentos a muchos lugares y no nada más a uno. Ella es siempre un solo momento de muchos lugares y se va y se desvanece y ya no está conmigo.

III
Dicen que todo lo que tiene un principio y que todo lo que sube pero yo sólo soy un animal de principios dudosos y de subidas que no alcanzan.
Animal, quiero sentir el placer que se maquilla de azúcar porque primero sabe dulce pero es otra cosa porque sabe amargo después. Animal, quiero ser su animal y que me acaricie y me diga cosas que no le ha dicho a ningún otro animal otra noche en que la suerte se condense y sea capaz de todo. Animal, quiero ascender en un juego peligroso y entonces sí llegar al final y bajar. Acercarme aún más y más y que el placer desaparezca y vaya haciendo el espacio de contacto cada vez más reducido hasta que aplaste. Que del espacio que hay ya no haya más y que quitarse lastime y no quitarse también y entender que ya no es placentero y por fin me vaya a otro lugar con hambre de más.
Quiero recordarla a veces por lo que me dio y siempre por lo que me quitó y quiero que por más descuidado que esté el espacio que nos une y cuidado esté el que nos separa llegue el día en que esos espacios sean el mismo y así el placer se convierta en costumbre: fuente vacía para un animal coleccionista de memorias.