lunes, 4 de mayo de 2015

Animal

I
Como antimedusa me mira a los ojos y me derrito.
Además pienso cosas que no debería pensar porque el día siguiente es siempre el siguiente y duele que no sea ya el momento justo en que me mira. Pero es de noche y me mira y me derrito para ella que no sé para quién se derrita si acaso para alguien.
Me acerco y de pronto la suerte se condensa en ella que me deja estar ahí y deja de estar en cualquier otro lugar y por fin me mira a los ojos con esa mirada que me derrite. Se condensa la suerte también en sus oídos que se muestran capaces de muchos espacios: por fin me escucha cuando le digo que me gusta. Tal vez sea que estoy aprendiendo a decirlo o tal vez sea otra cosa que nada tenga que ver con lo que diga o deje de decir ni con los espacios de sus oídos que tal vez no sean para mí.
Pero la noche me encanta y me despierta porque parece que es para mí al decirme que siga moviéndome en su espacio. Eso quiero pensar, que la noche indica algo. Escucho y me preparo como si para algo así uno tuviera que estar preparado y no fuera más bien algo para lo que no es posible estar preparado porque te golpea y te aturde y no crees que realmente pueda suceder.
Aunque parece imposible me centro en el momento y entonces le sigo diciendo lo que me ocurre nada más mirarla y como quiero acortar la distancia entre mis palabras y sus oídos acerco mi boca a su oreja. Así la toco primero y me deja tocarla más y entonces sí me pierdo y me convierto en animal de dudosas intenciones que olvida que después va a sentir un dolor que no sé qué tan fuerte vaya a ser porque tener lo que más quieres hace posible perder lo que más quieres.
Convertido en animal me creo incapaz de sentir dolor y de saber el futuro y sin embargo me doy cuenta de que animal siempre seré aunque no siempre con el mismo dolor ni con el mismo futuro: soy un animal de momentos y ella es como una droga que detiene el tiempo y el sufrimiento.

II
Subo como vapor a su nube y la suerte me condensa: está ahí.
La miro y la toco otra vez para olvidar mis carencias que duelen como si la ausencia de algo pudiera doler y para no pensar en que cuando la deje de tocar ya no voy a saber cómo sentirme; también la miro y la toco otra vez porque me quita el dolor que me produce no tenerla cerca cuando no la tengo cerca y no la miro y no la toco y no me derrito. También porque no puedo pensar en nada más.
Genero la idea de que si me acerco más la próxima vez que la vez anterior ahora sí se me va a quedar pegada pero ya ha habido otras veces y siempre se me pega nada más su falta y me quedo igual o peor. Me acerco más igual pero es como si ella fuera de teflón porque por más pegajoso que sea convertido en lo que creo que es dulce no me pego, solamente me derrito y ni así hecho caramelo me le quedo pegado.
Me prometo entonces ya no volver a tratar pero igual vuelvo a tratar después porque sé que aunque a veces no, a veces mi tratamiento funciona. Antes y después busco como quien busca monedas en una fuente de la fortuna. Sólo ella brilla tanto.
Aviento mi moneda para sacarla mojada y sin suerte porque las monedas de la suerte no se sacan, se dejan ahí para que el tiempo les dé no sé que olvido que al recordar de lejos parece suerte. Ha de ser el tiempo: haberlas aventado y la belleza de verlas todas juntas en una sola fuente afortunada. Pero la suerte verdadera si existe es eso que se construye aventando momentos a muchos lugares y no nada más a uno. Ella es siempre un solo momento de muchos lugares y se va y se desvanece y ya no está conmigo.

III
Dicen que todo lo que tiene un principio y que todo lo que sube pero yo sólo soy un animal de principios dudosos y de subidas que no alcanzan.
Animal, quiero sentir el placer que se maquilla de azúcar porque primero sabe dulce pero es otra cosa porque sabe amargo después. Animal, quiero ser su animal y que me acaricie y me diga cosas que no le ha dicho a ningún otro animal otra noche en que la suerte se condense y sea capaz de todo. Animal, quiero ascender en un juego peligroso y entonces sí llegar al final y bajar. Acercarme aún más y más y que el placer desaparezca y vaya haciendo el espacio de contacto cada vez más reducido hasta que aplaste. Que del espacio que hay ya no haya más y que quitarse lastime y no quitarse también y entender que ya no es placentero y por fin me vaya a otro lugar con hambre de más.
Quiero recordarla a veces por lo que me dio y siempre por lo que me quitó y quiero que por más descuidado que esté el espacio que nos une y cuidado esté el que nos separa llegue el día en que esos espacios sean el mismo y así el placer se convierta en costumbre: fuente vacía para un animal coleccionista de memorias.

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