jueves, 9 de abril de 2015

Novedad

A menudo me pregunto si volveré a sentir como sentí alguna vez. Es la venganza del futuro la que me deja varado en un día que se repite y se repite.
De vez en cuando el día cambia y voy avanzando, lento, hacia un mañana indescifrable. Siempre. Ahí me ubico, y me busco pretextos para sentir.
Y es que no te conozco.
En la estridencia del silencio que me habita me abro y escucho un canto nuevo. No sé si sean sirenas: me he quitado de analogías y amarres. Es la promesa de un baile experto que, por fin, podré imitar. Improvisar un cuento nuevo con un final, si lo escribo, feliz.


El calor me obliga a dormir desnudo esta vez, y lo comparto. No sé que diga, está lejos, pero me hace olvidar el fantasma más viejo y así pierdo el miedo.
Desvanezco, con trabajo, un dolor inevitable enclavado en un sufrimiento opcional. Ya casi no me acuerdo: el agua de noventa y tres días de enero moja un pasado necesario.
El premio es dulce. Los premios siempre son dulces, más allá de su sabor. Me deshago de promesas adjetivas y me finco en una realidad plasmada de tranquilidad.


Y es que la intesidad destructiva, años atrás, murió en enero. Lo que queda es suficiente para describir y descubrir una nueva entrada.
¿Será?
La pregunta me indigesta, pues sobra tiempo para responder.
También sobra preguntar.
En lo práctico, el océano de la novedad es infinito.

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