jueves, 16 de abril de 2015

Un día

Al mirarte, mis ojos inventan colores.
Me muevo de grises superficies a abismos azules sin mucho cuidado.
Curioso, un incrédulo gato interior despierta.
¿Cuál será el abismo de la belleza?
Día de preguntas sin respuesta.
Estar contigo es como nadar en una burbuja a prueba de silencio.

Al escucharte, mis oídos descifran dialectos.
Dos nubes chocan rápido para convertirse en una sola que sube alto.
Cae esa lluvia que hace temblar al calor.
Llueve más al recordar los momentos de sequía.
Sin impermeable, me mojo en un intento por refugiarme de lo difícil.
Salgo así de la comodidad de mi propia burbuja.

Al tocarte, mis manos construyen necesidades.
La analogía de nadar se ahoga cuando la metáfora de tu lluvia me inhunda.
Del otro lado, tus manos.
Instantes que derriten el hielo de mi nube y me cargan de electricidad.
Agua mística que, sin pasar, sacia de una vez mi sed.
Vaivén de olas que describen deseo cuando se van y cariño cuando se vienen.

Al besarte, mi lengua inventa movimientos impredecibles
Rompo la burbuja del momento diciendo algo horrible.
Me equivoco: un día nunca es suficiente para saber.
El destino se enreda y desenreda en la noche del tiempo.
Busco palabras no escritas para pedir perdón, pero no encuentro nada que no haya dicho antes.
Como destino, me desenredo en otro nudo y reconozco glaciares que no se derriten.

Al reinventarte, mi corazón acelera latidos.
Es deshacerme, contagiado por la intensidad de tu sabor.
Es rendirme, atrapado en la distancia de tu baile.
Es encontrarte, perdido en el laberinto que protege tu calle.
Es disculparme, apenado por hablar en presente de lo que no ha ocurrido.
Es explicarte, suspirando, todo lo que podría pasar si nos convirtiéramos en gatos.

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