martes, 17 de septiembre de 2013

Mosco

Un mosco vuela alto y me pica en la mano derecha mientras le explico al señor Vela ("El Padrino") lo que su centro de rehabilitación necesita par "ser mejor". Como si yo supiera algo.
Pero le explico como si supiera, pues la confianza es el cincuenta por ciento de la credibilidad: si alguien no escucha con suficiente atención y te mira hacer algo con confianza (como hablar) te creerá. Ahora que si te escucha es otra historia, pues yo ya no sé si sé hablar.
Sé fingir.
Así, pues, le hablo al señor Vela, encargado de rehabilitar adictos para que se reintegren a la sociedad y sean productivos, mientras un mosco me pica en la mano y prueba por primera vez mi sangre. Algo me habrá querido decir, pero mi confianza es mayor que la suya, pues rápido me deshago de él. Y así ya no me dice nada.
El Padrino lleva más de siete años de haberse rehabilitado, pero la piedra se le quedó en el corazón, en la mirada. Se puede dejar de consumir drogas, pero la adicción nunca se va. Los ojos no mienten.
La droga es un virus milagrosamente destructivo que siembra su semilla en el corazón, y que para siempre se expresa en la mirada.
El señor Vela me dijo, cuando le dije que siete años sin fumar piedra no eran fáciles, que vivía en el centro. Es cambiar de hogar. Una pipa por una casa para arrojar la pipa y extrañarla diario mientras, suponemos los que más voluntad queremos imaginar tener, hablamos con Dios.
Poder superior, que es lo que nos trajo aquí y nos dio la fuerza para dejar de drogarnos. ¿Quién nos la quitó cuando decidimos empezar y decidimos seguir y decidimos no parar hasta que la drogavida que exudábamos, que transmitíamos a través del habla, del pensamiento, del corazón, de la mirada resultó más pesada que extrañarla para siempre?
Pero el poder superior nos devolvió el cuerpo, al que ahora siempre le hace falta; el habla, que siempre se desvía para estar ahí, cerquita; el pensamiento, que aloja su punzante recuerdo ineludible; el corazón, que late triste (como por obligación, como por mandato) ya sin ella, y la mirada, que la busca mientras tendría que buscar algo más, y que por eso se pierde. El poder superior nos trajo de regreso del abismo de los abismos.
Así, el señor Vela, El Padrino, se enoja cuando no tiene, tras tanto esfuerzo, real esfuerzo, constante esfuerzo, sacrificial esfuerzo, todo lo que querría tener. Un reconocimiento efímero por una instancia "superior" que lo acredite como lo que siempre quiso ser: un ejemplo.
Tener y ser: tenerse.
Y lo es, Padrino. Es usted un ejemplo. Su mirada lo demuestra; su corazón que, aunque triste, no le falla; su pensamiento que se va pero que regresa.
Su sonrisa, Padrino. Ha salido usted del abismo. Difícil darse cuenta de que lo más difícil comienza en cuanto se abandona ese terrible agujero que nos deja su esencia para siempre en el alma. Y es que no, no termina ahí el recorrido, pues hay que, además, seguir subiendo peldaños. Apenas hemos llegado al punto de partida del que tantos, tantísimos, ya se desprendieron mientras nosotros jugábamos a las venciditas con nuestro poder superior, que siempre, a quién engañamos, nos vencería. Que nos venció.
Y es que el camino hacia el cielo es tan esquivo e ilusorio como el camino hacia el abismo: ninguno tiene fin (ni término ni objetivo).
Miremos hacia el frente, Padrino, con lo que sea que nos haya dejado nuestro poder superior. No llorar —como decía en su pared— por lo que perdimos; luchar por lo que aún tenemos.
El mosco sigue volando, y cansado de mi mano se va a picar a alguien más. Algo de mí se le habrá quedado en el cuerpo, si lo tomó; en la mirada, si mira; en el corazón, si le late; en el pensamiento, si se atreve. Que se encomiende ahora a su propio poder superior, pues algo para siempre le ha cambiado.
Y es que el poder superior de todos nosotros, Padrino (disculpe la confianza, pero es que entre gitanos no nos leemos la mano), somos todos nosotros. Así, como usted; así, como yo.
Y el mosco que ya no sé si vuela. Hasta que un día nosotros también dejemos de volar, pues suficientemente cansado es volver a mirar el piso, Padrino, punto de partida para mirar hacia adelante.
Siempre hacia adelante.

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