jueves, 22 de agosto de 2013

Trabajo

"Amo mi trabajo", dicen, pero no sienten lo que dicen. Pues amar es sentir pasión profunda, alegría, gozo, satisfacción auténtica. Y no la sienten.
El mundo funciona por contrastes. ¿Y cómo alguien puede amar lo que, gradual y sigilosamente (la escuela que progresivamente va exigiendo más con la promesa de un día terminar sin terminar en realidad, sólo dando paso a la carga infinita de responsabilizarse de algo que alguien más necesita), se convierte en una obligación impuesta? ¿Cómo? Contrastándolo con algo más horrible.
El vacío de las noches interminables, por ejemplo. El dolor de tener que hacer algo que nadie reconoce, por ejemplo. Así es como aquellas personas que dicen "amar" su trabajo lo aman. Lo contrastan con trabajos más pesados. Porque si no fuera pesado no sería trabajo. Nadie llega al mundo con un gusto inherente por esforzarse de más.
Antes había que perseguir la presa para sobrevivir. Por eso nadie llega al mundo con un gusto inherente para esforzarse de más; sólo para esforzarse lo necesario. El trabajo era correr y organizarse para decidir qué comer, cuándo comerlo y, sobre todo, cómo atraparlo. Pero la necesidad se volvió insuficiente.
Ahora la necesidad es metáfora. Una materializada por papeles de colores que indican la ruta correcta hacia el infinito. Lo que había que atrapar está ya atrapado. Ahora es qué gastar y cuándo gastarlo.
No. No "aman" su trabajo; aman poder contrastarlo con algo peor. Necesitan pensar que lo aman.

No hay comentarios:

Publicar un comentario