miércoles, 7 de diciembre de 2011

Palabra, semilla y agua

El flujo salió del interior de una cueva maltratada por el paso del tiempo. Pero, una vez fuera, fue capaz de convertirse en agua cristalina. Tocó todo cuanto a su alrededor estaba, permitiendo que las montañas se revistieran del verde que tanto extrañaban mis ojos.
Había pasado mucho tiempo en silencio; sin embargo, el verde fue suficiente para permitir que del interior de mi propia cueva, quizás también maltratada, emanara un dicho penetrante que también me haría reverdecer. "Todo emana del centro", dije. "Y, aunque el interior pueda desgastarse, el agua siempre encuentra su caudal".
Sobre la orilla del río, dejé que mis pies hicieran contacto con la corriente. Poco a poco fui adentrándome más y más. El agua que mojaba ahora mi propia semilla, sabía, me encontraría más verde la próxima vez que nos viéramos. Salí entonces y me dispuse a dar un sorbo de ese líquido que de algún lado venía y que hacia algún lugar —no importaba cuál— fluiría.

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