viernes, 8 de julio de 2011

Un día llovía

No lo pensé demasiado. Abrí la puerta. Después la cerré, detrás de mí. Quiero decir que estaba ya afuera, con la puerta detrás, con el pensamiento en cualquier otro lugar, con la lluvia mojándolo todo, incluso mis fantasías más ardientes. Así que las vi húmedas al verme mojado. Las vi mojarse, deslavarse; poco a poco, las vi desaparecer.
"¿Qué hacer en un día así?" Pensé. La lluvia lo moja todo. Y del sueño que me movía, sólo vi agua. Decidí regresar al lugar sin lluvia, al lugar seco y opaco, al desierto interior. Me asomé entonces por la ventana y, al ver que el día no dejaba de ser lluvioso, vi a mis sueños resguardarse de la lluvia. Me di cuenta entonces de que una fantasía, por más que se moje, por más que le de el viento, por más que se enfríe, no desaparece.
Volví a salir a buscarlas, pues. Hacía frío. Y corrí para agarrar todas mis fantasías mojadas. Me empapé de ellas, y con ellas. Ya afuera, qué más daba. Un día llovía; un día triste y nublado; un día cualquiera.

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