En la tarde de un día nublado regreso con cierto temor. Tal vez por eso aún me sienta lejos. Pero regreso, al ritmo de dos miligramos y medio, regreso.
Y sé ahora que hay edad para irse y que hay edad para estar. Que hay edad para los sueños y que hay edad para viajar. Para hundirse en lo más profundo, también para salir y navegar. Hay una edad para guardarse, y hay una edad para jugar. Para despertar sintiendo miedo, para despertar sin poder gritar. Para la caja más pequeña y para la caja de siempre pensar.
Hay edades infantiles, y hay edades con seriedad. Hay una edad, una sola, para sentarse, para ver para atrás y para adelante y decir: todavía me queda mucho, y ya tengo edad para empezar.
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